Autocrítica de La tumba que aprendió a recordar: Lo que la grieta dejó en mí
Cuando terminé La tumba que aprendió a recordar , supe que no había escrito solo una novela de fantasía, sino un libro sobre la memoria, el duelo y la grieta que queda cuando uno intenta recordar lo que no vivió. Esta historia nació de la pregunta: ¿qué pasa cuando lo que más te duele no es lo que perdiste, sino lo que aún no has sabido nombrar? Mi intención era ofrecer un relato distinto: sin héroes clásicos, ni linajes, ni profecías. Una novela donde el verdadero conflicto es interno, donde la amenaza es el olvido y la única salvación es sostener sin romperse. Quise que Neim, Rohna, Aeryn y las demás portadoras fueran personajes frágiles y resistentes a la vez, capaces de cargar con voces ajenas y, aun así, encontrar su propia palabra. Ahora, después de releer el libro y escuchar a las primeras lectoras, reconozco tanto sus aciertos como sus grietas: Lo que quería transmitir: Sobre todo, una atmósfera de herida y ternura, de recuerdos que buscan cuerpo. La magia de esta histori...