Cuando el cuerpo pesa más que las palabras
Hay días en los que escribir duele. No por lo emocional, ni por lo que uno se atreve a contar, sino porque el cuerpo simplemente no responde.
Llevo dos días así: donde cada pensamiento es un eco lento, donde el peso de las pastillas me arrastra más de lo que me impulsa.
No hay chispa para nuevas historias, solo niebla. Hago lo cotidiano como quien acciona una palanca oxidada: sin alma, sin prisa.
Es raro escribirlo —más aún publicarlo—, pero tal vez sea una forma de recordar que esto también es parte del proceso. Que no todos los días brillan, y que no por ello dejan de contar.
Espero que pase pronto. Espero volver a escribir con fuego, no con este plomo en las manos.
Hoy cada tecla cuesta más que la anterior, pero aún así, aquí estoy.
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