Bestiario de Gadiria – Fragmentos recogidos por Arius el Cronista
🕳️ Los Huecos
Clasificación: Humanos vaciados / Vestigios del olvido
Hábitat: Calles antiguas, barrios donde ya no se canta, ruinas costeras.
Caminan entre nosotros como reflejos sin cuerpo. A veces, los llamamos “los perdidos”, pero lo cierto es que no se han perdido: han sido vaciados, capa a capa, hasta que sólo queda una cáscara húmeda de piel y palabras inconexas.
Un hueco no grita. No ataca con violencia. Basta que te toque —apenas un roce de su mano blanda, como trapo mojado— para que algo dentro de ti se borre. Una fecha. Un nombre. El rostro de alguien amado. Y nunca sabrás qué has perdido, sólo que ya no eres del todo tú.
Suelen agruparse en plazas vacías o caminar en círculo como si esperaran instrucciones de una voluntad que también han olvidado. Sus murmullos pueden parecer al azar, pero Arius ha comenzado a notar patrones: repiten nombres de lugares que ya no existen, melodías truncas, fragmentos de rezos muy antiguos.
Se dice que el primer hueco apareció en el muelle bajo la luna menguante, y que su aliento aún olía a sal.
🐦 Albría marina
Clasificación: Ave augural / Testigo del oleaje
Hábitat: Acantilados, barandas de puertos, faros en desuso.
Las albrías no graznan, cantan. Su canto es delgado, filoso, como el roce de copas de cristal. Viajeros antiguos aseguraban que si escuchabas su sonido en la madrugada, debías regresar por donde viniste, porque el camino estaba condenado.
De alas membranosas —más parecidas a las de un murciélago que a las de un ave—, las albrías planean bajo las nubes bajas como signos vivientes de advertencia. Su plumaje refleja el cielo como espejo nacarado: a veces azules, a veces gris tormenta, y en raras ocasiones doradas como el amanecer. Los marineros temen cuando desaparecen sin aviso: saben que algo se aproxima, y no es siempre una tormenta.
Algunos creen que las albrías no vuelan por el aire, sino por las corrientes del recuerdo. Cuando se posan sobre una barca, sus ojos grises pueden mirar más allá del presente. Hay leyendas que dicen que si una muere sobre tu techo, alguien de tu sangre está a punto de ser olvidado.
🐚 Caracoleante de espuma
Clasificación: Molusco de memoria / Reproductor de eco
Hábitat: Rocas costeras, fosas entre redes abandonadas, conchas selladas.
Parecen simples caracoles de concha espiral, semitranslúcidos, difíciles de ver entre la espuma. Pero si uno se posa en tu piel, sentirás un cosquilleo como un susurro que trepa por tus venas. Y entonces, oirás algo: una risa infantil, un verso cantado en tu infancia, un nombre que pensabas perdido.
Los pescadores los llaman “retornantes”. Hay quienes creen que repiten los últimos sonidos del lugar donde nacieron, y otros aseguran que los crían en urnas de vidrio para extraer esencias de nostalgia. Algunos tienen colecciones enteras, cada uno con una voz distinta, como un archivo orgánico de lo que el mar aún recuerda.
Los caracoleantes no son peligrosos en sí… salvo si te aferras demasiado a lo que te hacen oír. Hay marinos que se lanzaron al agua creyendo que escuchaban el llamado de una madre fallecida. Nadie volvió a verlos.
🕯️ Sirvas de limo
Clasificación: Espíritu menor / Parásito emocional
Hábitat: Pozos, cisternas, barcos hundidos, charcas estancadas.
No tienen forma clara. Son brumas húmedas que se deslizan entre lodo y ruinas, atraídas por emociones densas: culpa, soledad, deseo no cumplido. Cuando encuentran un huésped vulnerable, se adhieren como un pensamiento repetido, hasta que su voz se convierte en tu propia voz.
Las sirvas susurran cosas que parecen venir de ti: “no existió”, “no te amaba”, “lo perdiste porque no lo merecías”. A veces, ese susurro basta para llevar a alguien al borde del muelle con los bolsillos llenos de piedras. En Gadiria se han hallado cartas de despedida con tinta corrida… y trazas de limo seco en los pliegues.
Nadie ha capturado una sirva con éxito. Pero los más viejos afirman que hay una forma de alejarlas: escribir, con la propia mano, el recuerdo más feliz y dejarlo en la lluvia. Dicen que al leerlo, la sirva se ve obligada a recordar su propio nacimiento… y eso las disuelve.
🐀 Murón del alga roja
Clasificación: Roedor anfibio / Vehículo de visión
Hábitat: Grietas húmedas, cañerías del mercado, jardines botánicos abandonados.
Criatura huidiza, de cuerpo alargado y pelaje que destella bajo la luz como musgo mojado. Vive entre algas encantadas y se alimenta de hongos que crecen sólo donde se ha llorado. Su aliento huele a agua estancada y anís, y los boticarios lo buscan por un solo motivo: segrega un fluido rojizo, lechoso, que permite ver durante unos segundos una memoria ajena.
Pocos se atreven a beberlo. Es adictivo, y hay quienes buscan la mirada de otros porque no soportan más la suya. Los alquimistas de Silenia los consideran sagrados y los llaman ratones de los mil pasados.
Se dice que si un murón te sigue tres noches seguidas, es porque ha olido en ti una memoria que quiere devorar.
🌫️ Cántaro de bruma
Clasificación: Flor mágica / Agente de olvido
Hábitat: Callejones sombríos, jardines descuidados, patios cerrados al norte.
Tiene la apariencia de una flor azul violácea, en forma de campana invertida, con una textura aterciopelada y tallo fino. Solo florece cuando hay secretos en el aire: una traición reciente, un deseo inconfesado, o el eco de una decisión que se calló por miedo. Cuando se abre, libera una neblina aromática que desorienta. Lo primero que se olvida es el camino. Luego, los motivos.
Los ladrones más expertos cultivan cántaros de bruma en macetas selladas. Las abren cuando huyen, dejando al perseguidor desarmado, sin memoria ni mapa.
Pero hay algo más siniestro. Algunas familias colocan esta flor en las ventanas de habitaciones donde alguien ha muerto con pena. La usan como ofrenda, sí… pero también como defensa: “mejor no recordar su dolor”, dicen. Y en Gadiria, eso siempre tiene un precio.
Comentarios
Publicar un comentario